"El
papel de Washington," por Adam Isacson e Ingrid Vaicius, Semana
(Colombia), 13 de enero de 2002
El papel de Washington
Analistas del CIP,
que han seguido en detalle el Plan Colombia, dicen que una mediación
salvaría el proceso.
ACTUALIDAD : NACION
Hace dos años,
cuando Estados Unidos estaba debatiendo el paquete de ayuda de 1.300 millones
de dólares para el Plan Colombia, con frecuencia escuchamos un
argumento peculiar: La ayuda militar acelerará las negociaciones,
forzando a las Farc a negociar de buena fe. Sin embargo el proceso
de paz no se ha acelerado sino que ha colapsado. Aunque la ayuda militar
estadounidense por sí sola no hizo que las conversaciones se rompieran
el proceso de paz de Pastrana ofrece importantes lecciones para las futuras
acciones de Washington en Colombia.
El martes pasado la embajadora Anne Patterson entregó 14 helicópteros
Black Hawk al Ejército colombiano. Es importante recordar que estas
naves y otras armas donadas por Estados Unidos son para la lucha contra
las drogas. Esto quiere decir que aunque Colombia regrese a la guerra
total la ley estadounidense prohíbe que se usen estos helicópteros
y otros aportes para combatir a las Farc.
Es posible, no obstante,
que los políticos de línea dura en Washington puedan ver
en la ruptura de los diálogos una luz verde para cambiarle el propósito
a estas armas y enviar más y más asesores estadounidenses
al país. Puede ser que inclusive muchos apoyen iniciativas como
esta.
Los colombianos deben
recordar, sin embargo, que son sus hijos y no los militares estadounidenses
quienes darán la pelea con esas armas donadas y los que pondrán
los muertos. Si Colombia regresa a la guerra total el costo
humano puede sobrepasar cualquier cosa que el país haya visto antes.
Creemos que las conversaciones de paz redujeron en algo la intensidad
de la violencia. Las Farc, con 17.000 guerreros y cientos de millones
de dólares de ingresos, son claramente capaces de mucho más
que secuestros, ataques ocasionales a pueblos aislados y voladuras de
oleoductos. Mientras tanto los militares han incrementado dramáticamente
su capacidad de guerra en los últimos tres años. Un regreso
a la guerra total puede multiplicar el número de colombianos
muertos y doblegar la economía colombiana. Estados Unidos no debería
estar girando cheques para hacer realidad este panorama.
La solución,
en últimas, está en manos de los colombianos. Y deberían
empezar por ver los últimos acontecimientos no como el fin del
proceso sino como el fin de un modelo.
Los últimos
tres años demuestran que los colombianos no pueden manejar las
negociaciones por sí solos. Es poco razonable esperar que dos pequeños
y aislados grupos de negociadores superen una historia de desconfianza
y enemistad y progresar por sí mismos. Las conversaciones tienen
que volver a empezar con un mediador que pueda hacer que los negociadores
sigan un cronograma y se enfoquen en cada tema que se esté discutiendo
en vez de estar enfrascados en discusiones sin fin sobre las precondiciones
de una negociación. Las Naciones Unidas pueden jugar este papel
mediador y Estados Unidos debe incentivarlas a que lo hagan.
Más armas
estadounidenses no traerán de vuelta un proceso de paz. Todos los
esfuerzos de Washington deberían concentrarse ahora en lograr que
los diálogos vuelvan a comenzar tan pronto como sea posible bajo
un modelo viable. Estados Unidos está ya muy ocupado con otras
misiones militares, no puede darse el lujo de verse involucrado en forma
más profunda en el conflicto colombiano.
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