Document
from Colombian human rights and peace organizations prepared for London
donors' meeting, July 9, 2003
LA
SOLUCIÓN POLÍTICA Y LA DEMOCRACIA SON EL CAMINO
(Documento
presentado ala reunión de Londres del 9 y 10 de julio de 2003
por organizaciones colombianas de sectores sociales populares, de iniciativas
de paz y de derechos humanos)
Las organizaciones
que suscribimos este documento consideramos que Colombia requiere urgentemente
la búsqueda seria y comprometida de la vigencia de los derechos
humanos, del derecho humanitario, de la solución política
negociada al conflicto armado interno, así como el fortalecimiento
del Estado social de derecho. Estimamos que dichos componentes constituyen
el camino más seguro hacia la búsqueda de la paz y la
democracia en nuestro país. En consecuencia, respaldamos la cooperación
internacional dirigida a apoyar las iniciativas que se encuentren de
acuerdo con dichos parámetros y que no sean contrarias a las
normas de derechos humanos y derecho humanitario, ni pretendan desmantelar
el Estado social de derecho y promover la guerra.
La cooperación
que el Gobierno colombiano solicita a la comunidad internacional está
dirigida a desarrollar políticas desconocedoras de dichos parámetros
y, por consiguiente, sólo escalan el conflicto y nos alejan de
la solución negociada de la paz. Existen diferencias centrales
entre nuestras organizaciones y los planteamientos del Gobierno en materia
de cooperación. Dicho disenso proviene tanto de la valoración
diferente de las causas de la grave crisis que vive Colombia, como de
las soluciones planteadas frente a dicha crisis.
I. Valoración
de nuestras organizaciones sobre las causas de la crisis de derechos
humanos y derecho humanitario y del conflicto armado
Colombia
sufre desde hace muchos años una grave crisis política
y social reflejada en un alto nivel de violencia sociopolítica.
Dicha crisis se encuentra agravada por la existencia de un conflicto
armado interno de carácter político cuya solución
debe ser el resultado de una negociación política con
participación autónoma de la sociedad civil, que incluya
soluciones a problemas políticos, sociales y económicos.
Dentro de dicho conflicto armado se presentan actos contra la población
civil por parte de las guerrillas, grupos paramilitares y agentes estatales
violadores de derechos humanos. Los homicidios políticos, las
desapariciones forzadas, los homicidios contra personas socialmente
marginadas, las torturas, los secuestros, las violaciones sexuales contra
mujeres , el uso de armas no convencionales, el ataque a la población
civil y al personal protegido como las misiones médicas, los
desplazamientos forzados y otras múltiples formas de violencia
sociopolítica son parte de la realidad colombiana desde hace
muchos años y se han agudizado en forma alarmante en la última
década. Las consecuencias de la crisis se continúan sucediendo
sin descenso. Entre julio de 2002 y junio de 2003, más de 19
personas en promedio diario fueron asesinadas, desaparecidas o muertas
en combate en razón de la violencia sociopolítica. Otro
aspecto de esta realidad es el hecho de que la gran mayoría de
estos crímenes quedan en la impunidad .
Esta crisis,
en la que las violaciones a los derechos humanos han sido masivas y
generalizadas, tiene como una de sus causas el deterioro de la situación
social y económica de la mayoría de la población.
En efecto, las condiciones de inequidad, exclusión y pobreza
en las que viven la gran mayoría de los habitantes del país
y que enfrentan con mayor rigor las mujeres, las niñas y los
niños, la población campesina, los afrocolombianos y los
pueblos indígenas se convierten en un obstáculo para el
disfrute de los derechos humanos. Dicha inequidad es producto de la
aplicación de un modelo económico excluyente. Adicionalmente
la última década representó un retroceso en lo
social. La concentración de riqueza y el coeficiente Gini pasó
de 0,54 en 1980 a 0,57 en 1999, ubicándose por encima del promedio
latinoamericano ; el 20% de los hogares más ricos concentran
el 52% de los ingresos, mientras que el 60% de la población se
encuentra por debajo de la línea de pobreza. La población
que se encuentra por debajo de la línea de indigencia ha aumentado
en los últimos diez años del 20 al 23% . Aproximadamente
ocho millones de habitantes rurales (el 69% de dicha población)
están por debajo de la línea de pobreza, de los cuales
más de cuatro millones están en condiciones de indigencia
. El 57,3% de los propietarios, cuyas parcelas tienen menos de 3 hectáreas,
posee el 1,7% del área predial rural a la vez que el 0,4% de
los propietarios, que son dueños de predios mayores de 500 hectáreas,
posee el 61,2% del área predial rural . Las organizaciones campesinas
señalan que de 120.000 familias campesinas beneficiadas con la
reforma agraria, 70.000 se encuentran hoy desplazadas y despojadas de
sus tierras. El 60% de la población desplazada corresponde a
familias campesinas. La inequidad e injusticia afectan particularmente
a aquellos sectores de la población históricamente discriminados.
Las mujeres, por ejemplo, constituyen cerca del 52% de la población
total del país y representan el 54% de la población pobre
. El hecho de que el 80% de la población afrodescendiente en
Colombia viva en extrema pobreza , es una grave muestra de la segregación
racial y la marginalización en la que se encuentran las minorías
étnicas. El índice de desempleo, que hace 10 años
era del 11%, hoy asciende al 16% ; el nivel de cobertura del sistema
de salud en el año 2000 fue del 53% de la población total,
lo que implica la reducción de 4,6 puntos porcentuales respecto
de 1997 . La Defensoría del Pueblo ha señalado que cerca
de tres millones de menores en edad escolar están fuera del sistema
educativo, lo que significa un 21,5% del total de la población
infantil . El modelo de desarrollo también ha generado una crisis
ambiental representada en la disminución de los niveles de biodiversidad,
la destrucción de los ecosistemas y el aumento de la contaminación
en el país.
Dichos
factores de inequidad, discriminación y de exclusión social,
así como la ausencia de vías institucionales para tramitar
las diferencias, guardan estrecha relación con la generación
y reproducción de conflictos armados como el colombiano. Tal
como lo afirma la entonces Alta Comisionada de Naciones Unidas para
los Derechos Humanos en el documento “Los derechos humanos
como marco de = Unión”, para enfrentar el terrorismo
y, en general, las situaciones de conflicto armado y violencia es necesario
tomar medidas, no sólo coyunturales, sino también estructurales,
enfrentando las causas de la inseguridad, entre ellas la dominación
y la discriminación. La Alta Comisionada recordó los compromisos
asumidos por los Estados en la Declaración y el Programa de Acción
de Viena de 1993, que se fundamentó en un enfoque amplio y universal
de los derechos humanos que exige que los Estados concedan igual importancia
a todos los derechos, ya sean civiles, políticos, económicos,
sociales y culturales. En ese marco, recordó que la extrema pobreza
y la discriminación siguen siendo unas de las más graves
causas de la inseguridad humana .
II. Valoración
de nuestras organizaciones sobre las soluciones a la crisis
Colombia
enfrenta una prolongación indefinida del conflicto armado interno
en medio de una grave crisis humanitaria y de derechos humanos. Dicha
situación está acompañada de un deterioro de la
situación social y económica de la mayoría de la
población y de cambios regresivos en el régimen político.
Tales cambios tienden a restringir las libertades democráticas
y se encaminan a desmontar el proceso de construcción del Estado
social y democrático de derecho y el reconocimiento de los derechos
humanos logrados en la Constitución de 1991.
El Gobierno
propone la conformación de un “Estado comunitario”
= que se caracteriza por el traslado de las funciones estatales a las
comunidades sin dotarlas de medios o recursos para hacerlo –
especialmente en materia de seguridad-; por la anulación de elementos
esenciales del Estado social de derecho, como la independencia del poder
judicial y el reconocimiento y la garantía de derechos humanos
y libertades fundamentales y por la anulación de los recursos
judiciales idóneos para la protección de tales derechos.
En efecto, el Gobierno propone reformas para limitar los alcances de
las facultades de la Corte Constitucional, para restringir la procedencia
de la acción de tutela –en concreto en casos de derechos
económicos, = sociales y culturales -, el otorgamiento de facultades
de policía judicial a las fuerzas militares y la eliminación
de la independencia del Poder Judicial frente al Ejecutivo. Muchas de
esas reformas se proponen a pesar de reiteradas recomendaciones internacionales
dirigidas a no adelantar ese tipo de reformas .
Las reformas
laborales, fiscales y tributarias y la reestructuración de las
empresas públicas impulsadas durante el último año
han tenido como consecuencia el desfavorecimiento de las condiciones
de la población colombiana y de los trabajadores. Dichas reformas
se han fundamentado en los acuerdos suscritos por el Gobierno con el
Fondo Monetario Internacional y han pasado por alto la obligación
del Estado de garantizar de manera progresiva el disfrute de los derechos
económicos, sociales y culturales. Otras reformas, como las del
Sistema Nacional del Medio Ambiente, centralizan y tienden a la privatización
de la gestión ambiental y a retroceder en los niveles de participación
hasta ahora alcanzados. De esa manera, se desconoce la necesidad de
enfrentar la inequidad y de respetar las normas internacionales de derechos
humanos y de derecho humanitario como fundamento para alcanzar la paz
y el desarrollo sostenible.
El fracaso
de los diálogos de paz adelantados durante el Gobierno anterior
generó un giro de la paz hacia la guerra que alcanza su realización
con el comportamiento degradado de las guerrillas y paramilitares y
con las políticas implementadas por el actual Gobierno. La solución
política y negociada se aleja y hoy todos los protagonistas de
la confrontación se encuentran en la lógica de la guerra
sin medir los costos sociales, económicos, humanitarios, culturales
y políticos para la población. La guerra también
se nutre de un ambiente internacional belicista, de internacionalización
del conflicto y de un apoyo irrestricto del Gobierno de los Estados
Unidos a la política de “seguridad democrática”
del presidente = Álvaro Uribe. Dicho apoyo se manifiesta en más
recursos para la guerra interna, en el incremento de la presencia de
asesores militares y en mayor injerencia en el conflicto local. En esa
lógica, el Gobierno plantea la “internacionalización
del conflicto” y , por consigu= iente, en una intervención
multilateral.
La política
que se ha denominado de “seguridad democrática”,
ej= e del Plan Nacional de Desarrollo, se fundamenta en la corresponsabilidad
del Estado y la ciudadanía en materia de seguridad , atenta contra
la Constitución de Colombia y contraviene principios reconocidos
en el derecho internacional de los derechos humanos. En esa política
la población no se concibe esencialmente como acreedora de derechos,
ni como destinataria de protección estatal y es vista ante todo
como un instrumento de la guerra. La militarización del Estado
ha tenido como consecuencia la persecución de miembros de diversos
sectores sociales, tales como sindicalistas, líderes sociales,
organizaciones de mujeres, defensores de derechos humanos y población
humilde de zonas con presencia guerrillera.
Si bien,
en diversas oportunidades, el gobierno ha declarado que promueve una
seguridad respetuosa de los derechos, lo cierto es que un eje fundamental
de esta política es el desconocimiento de la distinción
entre combatientes y población civil. El programa bandera del
gobierno, que es la creación de una red nacional de informantes
civiles, “bajo el control, la supervisión, y evaluación
de los comandantes militares, policiales y de los organismos de seguridad
del Estado”, es una manifestación evidente del desconocimiento
por parte de aquel al mencionado principio . El presidente Uribe ha
declarado públicamente que él no cree que el principio
de distinción entre combatientes y población civil tenga
vigencia en Colombia. A su juicio, todos somos combatientes en Colombia,
no existe conflicto interno de carácter político y la
población civil tiene no solamente el derecho sino la obligación
de apoyar a la fuerza pública y de alinearse en torno a ella
en calidad de combatiente. El respeto a la distinción entre combatientes
y la población civil establecida por el derecho humanitario favorecería
el respeto de los derechos de las personas civiles en el conflicto armado.
Antes que ser un impedimento para el desarrollo de políticas
estatales o un reconocimiento a grupos armados disidentes, ese principio
genera obligaciones para todos los grupos armados –guerrillas,
Fuerza Pública o paramilitares-= , entre ellas la obligación
de respetar a la población civil y de distinguirse de ella para
que ésta no resulte asumiendo las consecuencias de la guerra
.
Este contexto
ha generado que los diálogos de paz y la solución política
negociada tengan un carácter residual o casi inexistente en la
política del Gobierno. Si bien con los grupos paramilitares se
han iniciado negociaciones, estas son de carácter poco transparente.
Por esa razón se dificulta controlar públicamente que
los miembros de grupos paramilitares no entren a participar más
activamente, y en condiciones legalmente reconocidas en el conflicto
armado interno, por ejemplo, a través de su vinculación
a las redes de informantes o a los contingentes de soldados campesinos
.
Es además
preocupante que el Gobierno haya planteado estas negociaciones sin establecer
garantías para que no haya impunidad para los crímenes
de guerra y los crímenes de lesa humanidad. El decreto 128 de
2003, expedido por el Gobierno, permite el otorgamiento de indultos
a personas desmovilizadas por el simple hecho de dejar las armas y solo
exime de tales medidas a las personas que tengan un proceso en su contra
por graves crímenes de derechos humanos y derecho humanitario.
De esa manera, todos los autores de crímenes de derechos humanos
y derecho humanitario contra los que no haya proceso en curso –que
representan la mayoría de los casos-, pueden ser objeto de indultos
o amnistías . Así, la política de reinserción
pasa por alto la obligación estatal de garantizar el derecho
de las víctimas de graves violaciones de derechos humanos y derecho
humanitario a la verdad, la justicia y la reparación. Además,
el Presidente ha anunciado que promoverá, a partir del próximo
20 de julio, una ley para dar libertad condicional a personas responsables
de crímenes de lesa humanidad. Además, la política
de reinserción del Gobierno se ha convertido en un instrumento
para sustituir las negociaciones directas con las guerrillas y se ha
transformado en una herramienta para fomentar la desvinculación
individual y la delación, con las consecuencias de extensión
del conflicto y no de su supresión .
La impunidad
sigue siendo uno de los factores que más preocupa y favorece
la continuidad de graves crímenes de derechos humanos y derecho
humanitario. La actual Fiscalía ha desmontado los avances logrados
en el pasado con la Unidad de Derechos Humanos, convirtiéndose
en una causa más de impunidad .
También
resulta esencial atender de manera seria y efectiva la catástrofe
humanitaria que significa la inmensa cantidad de población que
diariamente se desplaza en Colombia por causa del conflicto armado o
por la acción de empresas que hacen prevalecer sus intereses
económicos sobre la población que reside en los territorios
en los que intervienen. El Gobierno debe desarrollar políticas
serias de prevención del desplazamiento forzado y del refugio,
así como para el tratamiento de la población afectada
por estos fenómenos.
Además,
en el documento llamado Una coalición mundial por la paz , el
Gobierno propone “detener la deformación de nuestra
realidad frente a= la opinión pública mundial”.
Dicha afirmación pone de presente el desarrollo, por parte del
Gobierno, de una política propagandística dirigida a descalificar
a las organizaciones sociales, de paz y de derechos humanos por sus
análisis de la realidad del país y sus denuncias de violaciones
a los derechos humanos y al derecho humanitario. Más que apuntar
al fondo de los problemas, el Gobierno está interesado en su
imagen. También preocupa que, en ese mismo sentido, el Gobierno
afirme en su documento de Política de Seguridad y Defensa que
“interesa al Gobierno y a las ONG evitar el uso abusivo= de
las capacidades de estas organizaciones por parte de personas al margen
de la ley, como ha sucedido en algunos casos, por fortuna excepcionales”
. El tono aparentemente cuidadoso de esta observación = no alcanza
a ocultar plenamente la prevención prevaleciente dentro del Gobierno
contra las ONG, que se evidencia en la persecución y encarcelamiento
arbitrarios de varios de sus miembros.
En conjunto,
la política gubernamental se fundamenta en el incumplimiento
de acuerdos establecidos con la comunidad internacional en materia de
derechos humanos y derecho humanitario, en el desconocimiento del principio
de distinción entre combatientes y población civil, en
la ausencia de la búsqueda de la solución política
negociada y en la inexistencia de políticas dirigidas a enfrentar
la inequidad y la exclusión como fundamento para la paz y la
democracia en Colombia. Por consiguiente, la política del gobierno
contribuye a lesionar más a la población civil, agravar
la crisis humanitaria y de derechos humanos y profundizar la inequidad
social.
III. La
cooperación que Colombia necesita
A. Criterios
generales
Alcanzar
la seguridad ciudadana es un propósito válido para cualquier
gobierno. Sin embargo, la seguridad no puede entenderse como un objetivo
contrario a la protección de los derechos humanos y a la consolidación
de la democracia.
Acertadamente,
la cooperación europea y canadiense hacia Colombia han tenido
como un eje esencial el respeto de los derechos humanos, del derecho
humanitario y de las estructuras democráticas. Igualmente, es
de apreciar el papel positivo que han tenido las Naciones Unidas en
el cumplimiento de esos propósitos. Por consiguiente, el Gobierno
debe dirigir sus acciones y sus políticas a atender sus recomendaciones,
a no descalificar su trabajo y a prestar respaldo material y no meramente
formal a la labor de las Naciones Unidas en Colombia.
Igualmente,
llamamos la atención sobre la inconveniencia de la cooperación
dirigida al fortalecimiento militar porque en las condiciones actuales
promueve el enfrentamiento y la violación a los derechos humanos.
En todo caso, cualquier cooperación militar debería estar
condicionada a la verificación de que el Gobierno y la Fuerza
Pública estén respetando íntegramente las normas
de derechos humanos y derecho humanitario y de que existan mecanismos
judiciales para sancionar y prevenir los abusos que se puedan cometer.
B. Propuestas
Con fundamento
en lo anterior, las organizaciones de la sociedad que suscribimos este
documento proponemos:
1. Una
cooperación para fortalecer la construcción del Estado
social de derecho, el respeto integral a los derechos humanos y al derecho
humanitario como estrategia para la búsqueda de la paz. En ese
sentido, proponemos que la cooperación al Gobierno colombiano
se condicione al cumplimiento de las recomendaciones de organismos de
derechos humanos de Naciones Unidas y del sistema interamericano y al
respeto del Estado social de derecho. Para tal fin, la cooperación
debería destinarse a fortalecer mecanismos de seguimiento del
adecuado y oportuno cumplimiento de las recomendaciones.
2. Una
cooperación para la búsqueda de la paz. Las organizaciones
proponemos que la cooperación para la paz tenga en cuenta la
necesidad de fortalecer la facilitación de las Naciones Unidas
y el restablecimiento de mecanismos de apoyo gubernamental internacional
para la búsqueda de procesos de paz con las guerrillas y condicionar
su mantenimiento a la expresión de la sincera y seria voluntad
de las partes. Igualmente, se debe de tener en cuenta que todas las
negociaciones de paz que se adelanten deben ser públicas, incluir
a la sociedad civil en la discusión de los modelos de negociación,
con observancia de los principios de transparencia y verdad; así
como fundamentarse en el respeto integral a los derechos humanos y el
derecho humanitario como medio y como fin. Con la finalidad de hacer
efectiva la obligación que tienen los grupos armados de respetar
el derecho humanitario, también resulta indispensable la celebración
de acuerdos humanitarios.
Proponemos
el impulso a las experiencias regionales y locales de paz, tales como
las Asambleas Constituyentes departamentales y municipales y los laboratorios
de paz. El apoyo europeo a los laboratorios de paz debería condicionarse
a la prevención del desplazamiento forzado, a la garantía
de la seguridad de la población, las organizaciones y sus líderes,
así como al fortalecimiento de las capacidades locales y regionales.
Para su éxito, debería fundamentarse esa experiencia en
el respeto de los derechos humanos y garantizar que allí no se
implementen los programas de “soldados campesinos”
e informante= s, debido a que ocasionarían una profundización
del conflicto y facilitarían los ataques a la población
civil y el desplazamiento forzado de la población.
3. Una
cooperación para superar la impunidad. La cooperación
debe condicionarse a que el Estado colombiano garantice una investigación
seria, independiente e imparcial de las violaciones de derechos humanos
y derecho humanitario; a que se eliminen los vínculos que existan
entre agentes estatales y miembros de grupos paramilitares; y a que
se garantice la independencia y autonomía de la Rama Judicial.
Los diálogos
que se adelanten con todos los grupos armados, incluyendo los grupos
paramilitares, deben fundarse en el respeto y garantía de los
derechos de las víctimas y sus familiares a la verdad, la justicia
y la reparación en casos de graves violaciones de derechos humanos
y al derecho humanitario. Igualmente, todas las políticas dirigidas
a la reinserción deben tener como finalidad el desmonte de la
guerra y no su transformación a través de la vinculación
de personas reinsertadas a otros mecanismos de guerra, tales como las
redes de informantes o los contingentes de “soldados campesinos”.
Con la finalidad de verificar que dichas conversaciones = se dirijan
en tal sentido proponemos el establecimiento de un grupo de carácter
internacional que vigile el proceso de negociación y que formule
las recomendaciones que encuentre pertinentes.
4. Una
cooperación para alcanzar una seguridad auténticamente
democrática. Respaldamos las políticas de seguridad realmente
democráticas que, por una parte, enfrenten a todos los actores
violentos y, al mismo tiempo, estén encaminadas a garantizar
que todas las personas vean satisfechas sus necesidades básicas.
Una política de seguridad genuinamente democrática debe
significar también que todas las personas tengan la certeza de
que el Estado velará por garantizar sus derechos, preservando
claramente la distinción entre combatientes y población
civil. Las acciones militares para combatir a los actores armados deben
limitarse al enfrentamiento de los combatientes y no orientarse a atacar
y controlar a la población civil.
5. Una
cooperación para responder a la crisis humanitaria. Toda cooperación
en esta materia debe condicionarse a que exista una política
de prevención del desplazamiento forzado seria y eficaz que proteja
a las comunidades y que enfrente todas sus causas. Así mismo,
debe basarse en el irrestricto respeto del derecho internacional de
los refugiados.
Los países
cooperantes podrían confluir en un esfuerzo común para
apoyar el Plan de Acción Humanitaria que desarrolla Naciones
Unidas ante la magnitud y el drama del desplazamiento forzado, como
mecanismo complementario a la responsabilidad del Estado, así
como apoyar el esfuerzo de la sociedad civil nacional e internacional
para prestar dicha asistencia. Además, dichos países deberían
demandar del gobierno de Colombia plenas garantías para la operación
humanitaria y para que las comunidades ejerzan el derecho a recibir
la atención humanitaria. Dicha asistencia debe caracterizarse
por su independencia y autonomía frente a los actores armados.
En consecuencia, resulta indispensable que la fuerza pública
no interfiera en la ayuda humanitaria.
6. Una
cooperación para la protección y el fortalecimiento de
los grupos étnicos, el campesinado y una reforma agraria. Proponemos
que se incorpore una política seria para el sector agropecuario
y, en especial, para la economía campesina que garantice la seguridad
y soberanía alimentaria y que busque la conservación y
preservación de los territorios ancestrales de las comunidades
indígenas, afrocolombianas y campesinas, garantizando los derechos
y cosmovisión de desarrollo de éstas. Dicha política
también debe tener en cuenta las propuestas de las organizaciones
firmantes del Mandato Agrario. Se requiere de un reconocimiento político
del campesinado, la población afrocolombiana y los pueblos indígenas
como sujetos de derechos específicos y actores sociales diferenciados,
con identidad propia para una justa retribución por su significativa
e indispensable contribución al país. Igualmente, se deberían
iniciar programas para la restitución de las propiedades agrarias
expropiadas en desarrollo del conflicto armado.
7. Una
cooperación que tenga en cuenta la perspectiva de género.
Proponemos que la cooperación promueva la formulación
de políticas públicas de atención para los distintos
sectores de las mujeres organizadas y víctimas del conflicto
armado en Colombia. Dichas políticas deben ser construidas desde
un enfoque diferencial y positivo a favor de las víctimas, que
reconozcan las necesidades particulares de los distintos grupos poblacionales
y que garanticen justicia frente a las inequidades de género.
8. Una
cooperación para el desarrollo sustentable y la protección
del medio ambiente. Proponemos que las políticas de desarrollo
estén fundamentadas en el diálogo con las comunidades,
las autoridades locales y las organizaciones de sociedad civil. Las
políticas para enfrentar el narcotráfico deben contemplar
acciones dirigidas al reemplazo de las fumigaciones por proyectos de
erradicación manual y la concertación con las comunidades
de proyectos de desarrollo alternativo que tengan en cuenta las causas
sociales que generan la proliferación de los cultivos ilícitos.
Proponemos la conformación de una comisión internacional
de expertos que evalúen las políticas antidrogas y de
desarrollo alternativo. Igualmente, se requiere de acuerdos de preferencias
arancelarias para la comercialización de productos, con reglas
de juego claras, democráticas y sostenibles para los campesinos
y productores.
9. Una
cooperación para el fortalecimiento de la sociedad civil. La
democratización de una sociedad debe partir del fortalecimiento
y la legitimación de la sociedad civil y el respeto a la disidencia.
Respeto significa no estigmatización o descalificación
de la labor de las organizaciones y grupos que expresan sus disidencias
frente al Gobierno.
IV. Mecanismo
de seguimiento
Con la
finalidad de hacer posible un proceso serio de diálogo en materia
de cooperación, proponemos establecer un mecanismo de interlocución
y seguimiento de este diálogo que se caracterice por su permanencia
y por el establecimiento de una agenda y un cronograma de discusión.
Dicho mecanismo debe tener en cuenta los procesos locales y regionales
de paz y democracia. De esa manera se puede contribuir a la construcción
y fortalecimiento de la democracia regional y local, así como
promover la participación ciudadana en los diferentes espacios
de toma de decisiones públicas.
En conclusión,
consideramos que el apoyo y la cooperación de la comunidad internacional
son un aporte valioso e indispensable para la superación de la
grave crisis de derechos humanos, derecho humanitario, social, ambiental
y de democracia que vive Colombia. No obstante, la comunidad internacional
debe cuidar que su cooperación y sus valiosos esfuerzos no se
desperdicien en el respaldo de políticas antidemocráticas
y contraproducentes dirigidas a la internacionalización del conflicto
y caracterizadas por el desprecio de la solución política
negociada del conflicto, del Estado social de derecho, de las recomendaciones
internacionales en materia de derechos humanos y del principio de distinción
establecido por el derecho humanitario. Es decir, la cooperación
dirigida hacia Colombia debería fundarse en los acuerdos a los
que han llegado los Estados reunidos en el seno de Naciones Unidas,
es decir, el compromiso de los Estados de fundamentar la búsqueda
de la paz y de la seguridad en el respeto integral de los derechos humanos
y del derecho humanitario, empezando por el respeto al principio de
distinción entre civiles y combatientes, y en una solución
política negociada.
Bogotá,
julio de 2003