Aquí
en los Estados Unidos, casi todos los congresistas, ONG y periodistas
que normalmente se preocupan por Colombia, están distraídos
por la pelea Bush-Kerry y el desfile de malas noticias que nos
sigue llegando desde Iraq.
Esta
es una mala noticia para Álvaro Uribe, porque en un Washington
distraído tienen más peso los acontecimientos
que pueden dañar su imagen. Y esta semana nos llegaron
dos noticias que sí están dañando.
El
martes, el vicepresidente Santos reaccionó de forma desmesurada
a una carta de 23 senadores demócratas, incluso Kerry
y Edwards, pidiendo nada más que se acaten las recomendaciones
del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU. El Vicepresidente
hubiera podido aprovechar de esta oportunidad de dialogar con
este sector importante del Congreso, asegurándoles que
está trabajando el tema con diligencia. Pero no lo hizo:
en cambio, decidió acusarles de escudarse en un
flanco de izquierda que a los demócratas les conviene
para su campaña electoral.
Cuando
Santos criticó al comisario de la Unión Europea
Chris Patten, los senadores estadounidenses no se dieron cuenta.
Pocos se dieron cuenta cuando Uribe tildó de terroristas
a los defensores colombianos de derechos humanos. Pero los senadores,
que tienen bastante influencia sobre la ayuda a Colombia, sí
se darán cuenta de que el Vicepresidente de Colombia
acaba de tildarlos de politiqueros por haber buscado
apoyar los derechos humanos.
Pero
lo que más incomodó aquí fue la presencia
de Salvatore Mancuso, Ernesto Báez y Ramón
Isaza en el Congreso el pasado miércoles. Casi todos
en Washington, desde izquierda hasta derecha, adhieren a las
palabras fuertes e importantes del embajador Wood, quien caracterizó
de escándalo lo que pasó en el Congreso
el miércoles.
Para
los demócratas, que se preocupan por los derechos humanos,
fue un escándalo ver a esos señores acusados por
crímenes de lesa humanidad recibiendo un trato tan deferente
y honorable. Para los republicanos, halcones de la guerra antidrogas,
fue un escándalo ver a un extraditable como
Salvatore Mancuso acusado por enviar toneladas de cocaína
a nuestras ciudades recibiendo una oportunidad de abogar
por su impunidad en el corazón de la democracia colombiana.
En
Washington se criticaba bastante a Andrés Pastrana por
haberles prestado a las Farc la zona del Caguán y la
oportunidad de legitimarse políticamente
sin haber hecho claras muestras de voluntad de paz. Pero Raúl
Reyes nunca llegó a hablar ante el Congreso. Era impensable,
porque nadie juzgaba que esas conversaciones habían avanzado
tanto. Pero allí estaban los paras, aunque es poco lo
que se ha logrado en Ralito.
Creo
que la experiencia de Iraq nos ha recordado a los gringos que
hay mucho que no entendemos sobre los países en que nos
metemos. En todo país que trabajan, los diplomáticos
sabios reconocen que siempre hay mucho pasando debajo de la
mesa, a sus espaldas, que aunque no pueden percibirlo, podría
traer fuertes consecuencias para las decisiones que toman. La
aparición de los líderes paras ante
el Congreso alimenta fuertemente ese sentido de que hay otra
historia.
Desde
la campaña de 2002, los que toman decisiones aquí
han escuchado acusaciones, muchas de la izquierda colombiana,
de que Uribe y sus amigos terratenientes de Antioquia y Córdoba
son amigos, o al menos tolerantes, de los paramilitares, y de
que las negociaciones con ellos son nada más que una
conversación entre amigos para hacer arreglos
de impunidad.
Aunque
la mayoría en Washington no ha comprado estas ideas,
el show del miércoles pasado no hace nada para despejar
cualquier duda que puedan tener. Estamos distraídos,
pero preocupados.
*Director
de programas en el Centro para las Políticas Internacionales,
en Washington.