Colombia
y no México, como ocurrió hace 4 años
será el país latinoamericano que recibirá
la primera visita del Bush reelegido. Esto no nos debe sorprender:
son muy pocos los gobiernos del hemisferio que apoyan políticamente
la aventura de Iraq, el libre comercio sin reparos y la política
de la guerra antiterrorista como tal.
Para
Bush y su equipo de política exterior, la Colombia de
Álvaro Uribe es un balance contra el creciente
eje de regímenes centroizquierdistas en países
como Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, y ahora Uruguay.
Entre los temas principales a discutir será el de qué
viene después del Plan Colombia. A finales de 2005, después
de seis años y 4 mil millones de dólares de ayuda
estadounidense 80 por ciento para las Fuerzas Armadas
y la Policía este programa terminará.
La
ayuda pos 2005 se empezará a debatir en Washington en
la primavera del año entrante, cuando el gobierno de
Bush le presente al Congreso su solicitud de ayuda para el 2006.
Ahora mismo, meses antes de formalizar su solicitud, el gobierno
está decidiendo qué pedir para Colombia: más
ayuda militar, un mejor balance entre lo bélico y lo
económico, o un recorte de todos rubros que liberaría
recursos para otros países.
La
visita del 22 de noviembre, entonces, es para el presidente
Uribe su mayor oportunidad para hacer lobby a favor de su lista
de compras. Si el pasado sirve como guía, esa lista
no incluirá proyectos de creación de trabajo,
hospitales, carreteras, escuelas, ni apoyo al sistema judicial.
Será compuesta por armas, helicópteros, fumigación
y tal vez apoyo a varias versiones clonadas de la ofensiva Plan
Patriota en nuevas regiones del país. (Quizás
la lista de Uribe también incluirá una clara señal
de apoyo estadounidense a su reelección.)
Para
vender su lista de compras, Uribe y su gente harán
caer una lluvia de estadísticas y diapositivas PowerPoint.
Hombres uniformados contarán de la inminente victoria
sobre los terroristas. Oficiales le asegurarán a su visitante
que, según sus datos, la erradicación por fin
está sirviendo y el problemita de derechos humanos rápidamente
se está superando.
Qué
maravilloso sería si, a pesar de la burbuja de seguridad
en la que viaja, que su primera visita a Colombia le abriera
los ojos a Bush, inspirándolo a lanzar algunas preguntas
incómodas. Imagínense si Bush se esfuerza en aprender
por qué, después de tantos años de guerra
antidrogas, no han cambiado ni los precios ni la pureza de la
cocaína o la heroína en las calles estadounidenses.
Imagínense
si Bush le pregunta a sus propios oficiales si, dadas las realidades
militares en Colombia, no nos veremos condenados a seguir repitiendo
la reciente duplicación del tope legal sobre la presencia
militar estadounidense, hasta vernos plenamente metidos en el
conflicto. Imagínense si Bush pregunta por qué
se destina tanta ayuda estadounidense a conquistar territorio,
y tan poca ayuda para gobernarlo.
Imagínense
que estas preguntas lleven a Bush a pedir consultas con líderes
locales y campesinos de las zonas sujetas a fumigaciones; con
valientes líderes de iniciativas innovadoras de construcción
de paz; con líderes de grupos indígenas bajo fuego
de todos los grupos armados; con defensores de derechos humanos
y líderes sindicales viviendo bajo una permanente amenaza.
Todo
esto es poco probable, por supuesto. De todos modos, es razonable
esperar que, en vez de otra celebración de los logros
inciertos, la visita sirva como una consideración seria
de los retos que traerá el futuro cercano, y los serios
cambios estratégicos que se requerirán.