El
miércoles pasado, Simón Trinidad apareció
por primera vez ante una corte aquí en Washington. Su
extradición y el intento del presidente Uribe de condicionarla
a la liberación de los 63 rehenes 'canjeables' en poder
de las Farc han desatado una polémica en Colombia sobre
la 'politización' de la extradición.
Las
extradiciones no nacen politizadas. El Departamento de Justicia
tiene que sacar sus solicitudes por medio de una corte que juzga
si hay bastante evidencia de que se cometió un crimen
en contra de ciudadanos estadounidenses. Este proceso no toma
en cuenta el impacto político que puede tener la solicitud;
tampoco considera si el solicitado ha cometido crímenes
de lesa humanidad o si está participando en diálogos
de paz.
De
hecho, aunque la ayuda militar estadounidense se orienta más
a operaciones antiguerrillas (defensa de oleoductos, Plan Patriota),
el Departamento de Justicia ha pedido la extradición
de más paramilitares -al menos 10, 11 si se cuenta a
Castaño- que guerrilleros (a mi saber, hay seis). Sin
duda, las solicitudes de extradición de líderes
paramilitares no les convienen a los diplomáticos del
Departamento de Estado, porque obstaculizan uno de sus mayores
objetivos políticos: el de apoyar al presidente Uribe
en sus negociaciones con esos mismos líderes.
Aunque
no nacen politizadas, no nos debe sorprender que las extradiciones
se politizaran de inmediato cuando se trata de miembros de grupos
armados u otras figuras poderosas. La politización arranca
con la pregunta: ¿qué pasa si el gobierno colombiano
decide, por razones de negociaciones por ejemplo, no cumplir
con una solicitud? En tales casos le tocaría al Departamento
de Estado tomar una decisión altamente política,
la de determinar si este incumplimiento afecta las relaciones
entre Washington y Bogotá.
Si
es imposible evitar la politización de estas solicitudes
de alto perfil, lo que más importa es cómo se
emplean. De hecho, la existencia de una solicitud de extradición
puede ser una herramienta útil. Pero si no se maneja
de forma sabia, puede rendir resultados desastrosos.
Por
ejemplo, ya es un cliché referirse a la extradición
como una 'espada de Damocles' pendiente sobre los diálogos
con las AUC. Pero una espada de Damocles tiene cierta utilidad.
La extradición fortalece la posición del gobierno,
sirviendo como una carta que puede jugarse para sacar más
concesiones de los líderes paramilitares, incluso un
mayor compromiso en temas como las reparaciones, la devolución
de bienes robados y el verdadero desmantelamiento del paramilitarismo.
La amenaza de la extradición también puede garantizar
que los líderes 'paras' no se paren de la mesa de diálogos
-si lo hacen, correrían el riesgo de encontrarse en un
avión rumbo a Miami.
Por
supuesto, esta espada tiene doble filo. Si el gobierno juega
demasiado la carta de la extradición, los líderes
paras siempre pueden cumplir con la amenaza de Salvatore Mancuso
de "tirarme al monte o morirme en el monte de viejo o cuando
me mate la ley".
Desafortunadamente,
en el caso de Mancuso el gobierno de Uribe no escogió
sacar el máximo provecho de la amenaza de extradición.
Sólo le pidieron al líder 'para' que siga haciendo
lo que ya se ha comprometido hacer: seguir dialogando y "abandonar
las actividades ilegales". (Sería interesante ver
qué pasaría si se revela que Mancuso sigue en
actividades ilegales). Salvatore Mancuso ya sabe que no tiene
que conceder más para poder evitar su extradición.
Esto
nos lleva al caso de Simón Trinidad. Debe ser obvio que
la extradición es una mala herramienta de regateo con
un grupo que no está participando en negociaciones y
no se siente derrotado ni debilitado. La falta de respuesta
de las Farc a la oferta del presidente Uribe no fue una sorpresa;
o se indignaron al sentirse chantajeados, o vieron una oportunidad
de tener por primera vez un vocero de confianza en Estados Unidos.
Con
este mal manejo de la politización de la extradición,
la única cosa que logró Uribe fue alejar la posibilidad
de algún acercamiento sobre el tema del intercambio humanitario.
Más aún, ha aumentado el riesgo de una retaliación
en contra de algunos de los secuestrados, para entonces hacer
más costosa una futura extradición. (Dudo, sin
embargo, que las Farc tomarían el paso de matar a sus
retenidos, al menos porque hacerlo incentivaría al gobierno
colombiano a intentar más rescates.)
Casi
todos reconocen que cuando este conflicto termine, terminaría
en una mesa de negociaciones. Pero la manera de acercarse a
esa mesa no es por medio de ultimátums y jugadas de opinión
pública basadas en la extradición. Este uso politizado
de la extradición puede prolongar innecesariamente la
violencia.
En
fin, quiero aclarar que yo no me opongo en principio a la extradición;
es una práctica bastante común en el mundo llevar
a la justicia a criminales extranjeros cuyos crímenes
han tocado a sus propios ciudadanos. Sin embargo, en el contexto
colombiano la extradición se ha convertido en un sustituto
para una verdadera reforma judicial. Los extraditables no sólo
lastiman a gringos: también violan la ley colombiana,
y en muchos casos son acusados de haber cometido crímenes
de lesa humanidad.
Extraditarlos,
entonces, es reconocer un fracaso. Es confesar que el sistema
judicial y penal colombiano es demasiado lento, ineficiente,
corrupto e intimidado para tratar con los criminales más
poderosos, ricos o temidos. El resultado perverso es que individuos
que cometen abusos masivos de derechos humanos pueden resultar
castigados solamente por su participación en el narcotráfico.
(A Simón Trinidad, por ejemplo, no lo juzgarán
en Washington por haber secuestrado y extorsionado a tantos
vallenatos.)
Es
aún más raro que, después de admitir el
fracaso y permitir la extradición desde hace varios años,
Colombia haya hecho tan poco para arreglar los graves problemas
de su sistema judicial. Aunque la oralidad agilizará
los procesos, la impunidad continuará mientras existan
tantas oportunidades para la corrupción y la intimidación,
la plata y el plomo. Hay pocas razones para creer que los más
poderosos ladrones, narcotraficantes y violadores de derechos
humanos tendrán algo que temer de los fiscales, jueces,
cortes y cárceles colombianos. Mientras esta situación
se mantenga igual, la extradición seguirá. Y seguirá
muy politizada.
*Maneja
el Programa Colombia del Centro para la Política International
(Center for International Policy-CPI-) con sede en Washington.