La
política estadounidense hacia Colombia refleja, aunque
de forma desigual, las prioridades de ambos partidos. Los Republicanos
el partido mayoritario, y por tanto el partido cuyas prioridades
predominan buscan eliminar la droga por la vía
más dura (aunque quizás no la vía más
eficaz). Por su parte, los Demócratas de la minoría
se preocupan mucho por los derechos humanos; por eso sigue fuertemente
condicionada gran parte de la ayuda militar. Es obvio, entonces,
que hay desacuerdo en Washington sobre cómo proceder
en Colombia.
Pero
hay muy poco desacuerdo sobre el tema de las negociaciones con
el paramilitarismo, algo que tiene consternados a ambos lados.
Los Demócratas critican un proceso que, al parecer, dará
penas ligeras a los autores de crímenes de lesa humanidad,
y legalizará muchos de sus bienes ilegalmente adquiridos.
Los Republicanos veteranos de la guerra antidrogas
están horrorizados por un proceso que, al parecer, indultará
a algunos individuales que han enviado cientos de toneladas
de droga a nuestro territorio.
Por
un lado, hay disgusto sobre la posibilidad de que los autores
de masacres como Chengue, Alto Naya y Mapiripán quedarán
con su poder político y económico. Por el otro
lado, hay revuelo sobre la posibilidad de que varios narcotraficantes
pedidos en extradición Don Berna, Jorge 40, Pablo
Mejía, Pablo Sevillano, Gordolindo, el mismo Salvatore
Mancuso quedarán unos pocos años en sus
granjas agrícolas para después seguir
a cargo de alguna especie de mafias con proyecto político.
La
detención y subsiguiente desmovilización
de Don Berna ha dejado un muy mal olor aquí en Washington.
Aquí este episodio no es visto como el inicio de
la recta final del proceso. Sólo se ve a un hombre
pedido en extradición, acusado de violar el cese al fuego
ordenando un asesinato político, recluido en su propio
Catedral en Valencia y, gracias a pasar varias semanas
en proceso de desmovilización, con grandes
posibilidades de beneficiar de las penas ligeras del nuevo mal
llamada Ley de Justicia y Paz.
La
aprobación de esta ley el miércoles ha incrementado
aún más el pesimismo en Washington. La caracterización
de la ley que aparece en The New York Times de que otorga
generosas concesiones a comandantes paramilitares acusados de
atrocidades y tráfico de cocaína refleja
el punto de vista del consenso bipartidista aquí.
Hace
un mes, cuando pareció inevitable que una ley débil
íba a aprobarse, empezaron las críticas de ambos
partidos. Le escribo para expresar mi preocupación
sobre informes recientes que indican que el Congreso Colombiano
está al borde de aprobar legislación que dejaría
intacto las complejas estructuras mafiosas, y la riqueza, de
organizaciones terroristas como las AUC, empezó
una carta al Presidente Uribe escrita hace un mes por el Senador
Richard Lugar, el Republicano quien encabeza la Comisión
de Relaciones Exteriores del Senado. Los términos
de esta desmovilización pueden tener un impacto muy negativo
sobre la paz, la justicia y el estado de derecho en Colombia,
al igual que sobre la lucha contra el narcotráfico y
el terrorismo, advirtió una carta a Uribe escrito
por varios prominentes senadores Demócratas.
De
estos mensajes, se nota que el tema de más preocupación
no es el número de años que deben quedar en el
cárcel los líderes paras. Es la falta
de mecanismos creíbles para lograr el verdadero desmantelamiento
del paramilitarismo, la falta de garantías de que las
AUC no siguieran manejando, por estructuras mafiosas, un imperio
de poder local y control de la economía y la criminalidad
en varias partes del país.
Uno
pensaría que el Presidente Uribe, el doctor Restrepo
y su bloque en el Congreso Colombiano hubiera tomado en cuenta
estas dudas y preocupaciones, especialmente porque dependerán
de los recursos de los países donantes para financiar
las desmovilizaciones. Pero ni siquiera les tiraron unas migajas
para apaciguar estas dudas.
Dado
el ambiente en Washington, es poco probable que vendrá
mucha plata estadounidense para apoyar el proceso con las AUC.
Aunque al parecer el Embajador Wood está suavizando su
posición sobre el proyecto, insistiendo la semana pasada
que no se debe arriesgar la paz para lograr estándares
de justicia más estrictas, está lejos de
una posición de consenso.
Enfrentando
un gran déficit presupuestario después de dos
fuertes recortes de impuestos y el muy costosa guerra en Iraq,
el Congreso estadounidense tiene poca plata disponible para
ayuda al exterior. Cuando tiene que escoger entre sus prioridades
internacionales, sólo prosperarán las iniciativas
que cuentan con el fuerte apoyo de al menos un partido.
Si
la Ley de Justicia y Paz fuera más dura aproximándose
al proyecto que propusieron el Senador Pardo y la muy mal tratada
Gina Parody este apoyo sí tendría luz verde.
Pero como las propuestas de ese proyecto alternativo se vieron
allanadas por el bulldozer de Uribe y Restrepo, es difícil
imaginar al gobierno estadounidense ofreciendo mucha ayuda,
más alla de la retórica.
*
Director de programas del Centro de Política Internacional
de Washington