La nueva era
mundial: amenazas e incidencias sobre el caso colombiano
Ricardo
Vargas M.
TNI – Acción
Andina
Consideraciones
El uso del término
“ terrorismo global “ tiene una carga que oculta y a la vez legitima
decisiones que predetermina el mismo concepto.
De un lado, oculta
las motivaciones políticas detrás de los hechos de terror con sus dramáticas
consecuencias. Como resultado, se evita la especificidad de los escenarios
de conflicto con los cuales se relacionan los hechos y que generalmente
envuelven múltiples actores, posiciones disímiles y en general una complejidad
de relaciones que sólo se desvelan en la recuperación de la memoria
histórica. El término tiene una carga de “presente” que desconoce la
trayectoria histórica de fenómenos de alto nivel conflictivo. Hay un
trastrocamiento del tiempo. El presente se erige como tribunal racional:
lo que existe es la culminación de lo que la razón ha construido bajo
una acepción de aceptabilidad inevitable y de legitimidad indiscutible.
Su mutación en la pura inmediatez con posibilidad de afectar el actual
status quo, se torna a su vez como sinónimo de peligrosidad e
inseguridad. Generalmente la carga del concepto “terror” contiene esta
defensa cuya apariencia es la protección, válida o no, del mundo libre
o civilizado.[1]
Así mismo confunde
el uso de un método de guerra irregular, “el terror”, por el fin en
sí mismo: pareciera que no hay problemas como tales, lo que hay son
terroristas, agentes de inseguridad, santuarios terroristas, etc. Esta
connotación hace peligrosamente homogéneo el mundo de los conflictos:
la complejidad del mundo musulmán reducido a la expresión terrorista
podría hacerse equiparable a la situación de Irlanda o Colombia. Los
conflictos no se reconocen tanto en sí mismos, en su naturaleza política
y militar, sino que se asumen por lo que puedan significar como generadores
de terror y por tanto de inseguridad. Es en ese contexto que recobran
legitimidad, superponiéndose, los nuevos métodos consensuales, de solución
de fuerza.
Ya en las primeras
reacciones al ataque terrorista del 11 de septiembre, Henry Kissinger
llamó la atención inmediatamente sobre algunos rasgos de la operación:
“Un ataque como
el de ayer requiere de planeación sistemática, una buena estructura
organizativa, mucho dinero y una base de operaciones”.[2]
Y a renglón seguido
calificó la naturaleza del ataque en cuanto a objetivos estratégicos:
“Este, sin embargo,
es un ataque en los Estados Unidos continental, una amenaza a nuestra
manera de vivir y a nuestra existencia como sociedad libre. Por tanto,
debe enfrentarse de una manera diferente: con un ataque al sistema
que lo ha hecho posible…y por sistema terrorista me refiero a los
componentes del mismo que están organizados en un nivel global y que
pueden operar de manera sincronizada.” [3]
Kissinger distinguió
la reacción inmediata necesaria para enviar un mensaje contundente a
quienes actuaron el martes 11 o piensan hacerlo en esa dirección, pero
para él no es este el aspecto principal de su reflexión. Son más los
cambios estructurales que están por venir y que le apuntan a llenar
los graves vacíos de seguridad, una de cuyas primeras expresiones será
restablecer los privilegios políticos y de inmunidad de los organismos
de inteligencia que actúan en el mundo, empezando por la CIA y los agentes
encubiertos.
Consecuencias
en el caso colombiano
Bajo consideraciones
puramente numéricas, Colombia es señalada como el país del hemisferio
con el mayor número de organizaciones terroristas y como tal sirve de
ejemplo recurrente, cuando se observan espacios inseguros distintos
al Asia central.
En el caso de las
Farc, existe una situación contradictoria en el marco de las relaciones
bilaterales de Colombia con Estados Unidos. En efecto, el gobierno colombiano
al aceptar el desarrollo de un proceso de paz como vía de resolución
del conflicto armado, ha partido, en los hechos, de una calificación
como grupo guerrillero al cual se le ha dado un status político muy
definido. Así mismo, ha defendido en diferentes tribunas la condición
de actor político para ese grupo. Es más, ha desdeñado las acusaciones
sobre los vínculos con el narcotráfico de las Farc, circunstancia que
ha generado polémica. Recordemos adicionalmente que, entre otros, UNDCP
ha insistido en que las Farc no son un cartel del narcotráfico.
Estados Unidos
y el caso Colombiano
Mientras tanto
las autoridades de EU han enfatizado a distintos niveles la condición
de organización criminal de las Farc, con cada vez menos nexos para
que le sea reconocido un perfil político. Y no sólo eso, al estar en
la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado y
con ocasión del asesinato de tres ciudadanos estadounidenses por cuenta
de ese grupo armado, se reafirma aún más la condición de enemigo de
Washington. A ello se suman episodios relacionados con exportación –
incautación de drogas en las cuales se compromete la condición política
de esta organización.
Pero por otra parte,
Washington ha reconocido las negociaciones de paz del gobierno colombiano,
a la vez que apoya un fortalecimiento de las ffaa y desarrolla acciones
en nombre del combate a las drogas, que a su vez repercute sobre el
mismo proceso de conversaciones. Esta dicotomía, señalada entre otros
por la Rand Corporation, parece entrar en un punto de definiciones bajo
el nuevo paradigma de seguridad que empieza a desarrollarse.[4]
Días antes de la
programada visita de Colin Powell a Bogotá el 11 de septiembre, este
ratificó el apoyo tanto al proceso de paz como al Plan Colombia. Pero
también anticipó su preocupación por el uso que las farc estaba haciendo
del área de despeje y de las relaciones non sanctas de la guerrilla
colombiana con el grupo IRA.
Este hecho mostró
más connotaciones de las que aparecen a primera vista. Contra lo que
se pudiera pensar, en el sentido de que estas circunstancias agravarían
la percepción que tenían de las Farc diversos congresistas en Capitol
Hill, el asunto se mostraba exactamente al revés: el desprestigio corría
por cuenta del IRA, cuya condición de grupo terrorista fue levantada
para facilitar las conversaciones de paz en Irlanda. Las relaciones
con las farc eran las que se señalaban podían afectar el mismo proceso,
al relacionarse el IRA con un grupo que, según palabras del congresista
William Delahunt, “...actualmente figura en esta lista negra y que utiliza
el secuestro y el narcotráfico para financiarse”.[5]
Hasta antes de
los hechos del 11 de septiembre, el Comité de Relaciones Internacionales
de la Cámara de Representantes de EU estaba próximo a convocar una serie
de audiencias para investigar los presuntos nexos del IRA y la guerrilla
colombiana. Se preveía así una repercusión sobre el apoyo que sectores
políticos de EU han dado a la solución política del caso Irlandés.
Vale señalar que
el hecho de las cuestionadas relaciones de las dos organizaciones armadas,
opacado con los actos de terror del 11 de septiembre, fue el resultado
de labores de inteligencia, suministradas a través del uso de los sistemas
de detección de cultivos de coca de los EU en Colombia:
“..las alarmas
de los servicios de inteligencia se dispararon hace varios meses, cuando
un radar de los que habitualmente rastrean el suelo colombiano para
confirmar avances en el proceso de erradicación de cultivos de coca,
tomó una fotografía de una explosión inusual en la zona de despeje,
que es controlada por las farc. Este hecho hizo sospechar a las autoridades
sobre la presencia de terroristas extranjeros en suelo colombiano”[6]
¿ Hasta dónde se
modifican estas circunstancias un tanto ambivalentes de Washington hacia
el caso colombiano, en relación con los acontecimientos del 11S? ¿Cuáles
son – en términos prácticos – las medidas que se van a tomar y que inciden
sobre las circunstancias del conflicto en Colombia?
Existen dos perspectivas
de interpretación del caso colombiano a la luz del nuevo paradigma.
En primer lugar, la expresada por el Secretario Adjunto para el Hemisferio
Occidental del Departamento de Estado y que parte de una diferenciación
sobre el perfil de las organizaciones levantadas en armas, a partir
del concepto de Grupos Terroristas de Alcance Internacional ( GTAI ).
A la luz de este
concepto, se relaciona el peligro disímil que representan diversas organizaciones
para la seguridad de los EU. En ese sentido, los grupos colombianos
no son en principio equiparables a las organizaciones islámicas más
radicales, en cuanto sus propósitos estratégicos, su capacidad de incidencia
en el interior de EU y la percepción de peligrosidad. A ello se suma
el compromiso adquirido por la administración norteamericana de respetar
el tratamiento político que decidió el presidente Pastrana frente a
las organizaciones insurgentes desde agosto de 1998, como parte de su
estrategia de paz.
Sin embargo para
este sector, esta caracterización y tratamiento diferenciado de las
organizaciones armadas colombianas, no es inmodificable. Dependerá de
su comportamiento, el que reciban un trato que pueda acercarse o distanciarse
de la condición de GTAI.
Un segundo sector,
muy influenciado por el Departamento de Defensa y por la Embajada de
EU en Colombia, señala de manera indiferenciada la connotación terrorista
de los grupos colombianos. Así mismo se hace énfasis en el hecho de
que el narcotráfico es la base de financiación de estos grupos y como
tal se debe continuar la estrategia antinarcóticos en donde, “ la piedra
angular del Plan Colombia es la erradicación de cultivos ilícitos...”.[7]
En ese sentido se reafirma una doble justificación de la política antinarcóticos:
como estrategia de reducción de la oferta y como combate a una de las
bases de financiación de los grupos calificados como terroristas.
El nuevo escenario
ha permitido desvelar la naturaleza de la ayuda aprobada por EU en el
2000, dando la razón a quienes señalaron el carácter contrainsurgente
de la ayuda antidrogas. En palabras de la Embajadora Patterson “el Plan
Colombia sigue siendo la estrategia antiterrorista más efectiva
que podríamos diseñar”.[8]
Adicionalmente,
en los nuevos anuncios sobre el diseño de una nueva estrategia antiterrorista
como parte de la agenda bilateral con Colombia, la Embajada norteamericana
anuncia los temas prioritarios:
- Mejoramiento
de la capacidad de ejecución de la ley del gobierno colombiano. En
este ítem se sitúa como tema prioritario la lucha contra el secuestro,
a través del fortalecimiento de unidades especializadas que recibirán
mejor entrenamiento, equipo y fortalecimiento del trabajo de inteligencia.
- Un
trabajo dirigido a fortalecer la capacidad de la Policía, las FFAA
y la Fiscalía en áreas como detección de explosivos, recolección de
inteligencia y capacidad de investigación antiterrorista.
- Mejora
de la protección de la infraestructura vial.
Los reparos por
parte de la Embajada de EU en Colombia a la situación de la zona de
distensión como prolongación de las críticas reiteradas de Randy Beers
al proceso del Caguán, complementan la interpretación que se ha venido
haciendo de las FARC como grupo narcotraficante, sobre el cual pesan
serias dudas en cuanto a su perfil político.
“ Mi gobierno también
está bastante preocupado por el uso de la zona de distensión como base
para actos terroristas. La presencia de extranjeros con vínculos a varios
grupos terroristas es especialmente preocupante. Por esa razón aplaudimos
y apoyamos al presidente Pastrana por la ejecución de mejores controles
en la zona de despeje...Estados Unidos tiene que hacer más por combatir
el terrorismo en Colombia”[9]
¿Hasta donde puede
ir la definición del nuevo peligro alrededor del cual se van a reestructurar
los cambios? Mas que unas definiciones claras sobre el fenómeno, la
opción que se tiene a la mano es la calificación ya existente de decenas
de organizaciones en el nivel mundial como “grupos terroristas”.
Las ya señaladas
sospechas sobre las actividades del IRA en la zona de despeje del proceso
de paz colombiano, reafirman la connotación global del fenómeno y pueden
llevar a señalamientos como sistema de esos nexos - usando la
terminología de H. Kissinger - y por tanto, desarrollando acciones dirigidas
a destruirlos.
Las fuerzas políticas
proclives a una solución de fuerza en Colombia y sectores de los organismos
de seguridad del Estado, captaron rápidamente la trascendencia de los
cambios de percepción en el nivel global y buscan en este momento capitalizar
el nuevo movimiento antiterrorista, para fortalecer eventuales
alianzas internacionales contra los grupos insurgentes que ya cuentan
con aquella calificación legitimada por el Departamento de Estado.
En efecto, el 16
de septiembre apareció una página completa en el periódico El Tiempo
en donde se plasman ocho fotografías de pueblos destruidos en Colombia
por la acción de las Farc y en el centro de las ocho imágenes se introdujo
una foto de la destrucción de las torres gemelas de Nueva York. [10]
Las circunstancias
esbozadas colocan en primera línea la suerte de la zona de despeje como
hecho de corto plazo y en el mediano, el mismo proceso de paz. Los niveles
de deterioro de la legitimidad del proceso son preocupantes. En relación
con el ELN pareciera apostarle su continuidad al próximo período presidencial.
En el caso de las Farc, se entra en una situación caracterizada por
el creciente aval a definiciones de fuerza respaldadas por gremios económicos
y organismos de seguridad. Así mismo, son cada vez más proclives a este
trato amplios sectores del Congreso de la República, el cual se ha visto
afectado por la ola de secuestros de varios de sus integrantes. Adicionalmente
son crecientes las reticencias del conjunto de los candidatos electorales
“a seguir las cosas como van”, con excepción de las fuerzas de izquierda
democrática.
El nuevo escenario
internacional representa un empuje a esta postura de cambio frente al
proceso colombiano, en el cual se vislumbran nuevas situaciones que
se acercan a las recomendaciones de la Rand Corporation en el sentido
de asumir decisiones claras de apoyo a las fuerzas armadas, no mediadas
por la lucha antidrogas, sino por el peligro que puede representar la
ampliación regional del conflicto armado colombiano.
Las recomendaciones
de este Think Tank se ven fortalecidas por el giro en materia
de seguridad del ámbito global sin que ello signifique bajar la guardia
en las justificaciones para el combate antidrogas. El ambiente en el
Congreso de los EU favorecerá ampliamente un tratamiento de menos negociación
y más uso de la fuerza del caso colombiano. Sin duda, Colombia tipifica
las dos situaciones más sensibles del actual contexto global: Drogas
y Terrorismo, los cuales poseen connotaciones de red internacional por
la serie de contactos y relaciones que se vienen denunciando.
Efectos del
nuevo contexto
Uno de los primeros
resultados de la intersección entre el nuevo paradigma internacional
y la crisis del proceso de paz colombiano[11]
fue el establecimiento de medidas de control, incluyendo sobrevuelos
en la zona de las conversaciones. Los dispositivos de seguridad del
gobierno fueron argumentados por las Farc como expresión de la pérdida
de condiciones de confianza hasta el punto de expresar la inutilidad
del mismo “despeje”. Así lo hizo saber la cúpula de las farc el 8 de
noviembre a través de un comunicado que culminó ofreciendo un mecanismo
para formalizar la devolución de las cabeceras municipales de la zona
de distensión.
El documento refleja
muy bien el nivel de la crisis del proceso. De alguna manera expresó
el resultado de una reflexion muy a fondo que venian desarrollando los
bloques Sur y Oriental sobre la situación de la paz. Los argumentos
de las farc descansan prioritariamente en el rechazo a los controles
alrededor de la zona de distensión, que en su modo de ver y teniendo
en cuenta el récord en materia de violaciones de ddhh y al DIH de los
organismos de seguridad del Estado, los niveles de degradación de la
guerra y la ausencia de una política contra el paramilitarismo, llevan
necesariamente a una situación muy cercana a la ruptura.
En la perspectiva
de quienes están a favor de la confrontación abierta, se trata de llevar
el proceso a unos niveles de polarización tales, que pueden producir
una ganancia estratégica con un eventual apoyo internacional que permita
revertir la correlación de fuerzas que favorecía a las Farc en el momento
en que se inicia el proceso. Las Farc por su parte han dado, con sus
prácticas, una base para legitimar los argumentos a favor de esta estrategia.
En ese sentido se observan las consecuencias de los secuestros sistemáticos
a ciudadanos de Alemania, Japón y México y que han llevado prácticamente
a unos niveles inéditos de aislamiento internacional del grupo armado.
A esta situación
se suma el pronunciamiento del embajador de Gran Bretaña en Colombia
en el sentido de señalar la condición terrorista de las guerrillas colombianas,
afirmando el compromiso de su gobierno en la incautación de recursos
de las guerrillas en el sistema financiero de Reino Unido, hecho político
diplomático que tampoco tiene antecedentes en Colombia.
Complementariamente,
la ilegitimidad con que es percibido el proceso de paz de Pastrana,
ha generado un consenso dentro de un amplio sector del partido liberal
el cual busca evitar el “ endoso” de dicho proceso, para la nueva eventual
administración de este partido.
Implicaciones
para la sociedad civil
Una de las consecuencias
más graves del nuevo escenario es el agravamiento de la crisis humanitaria
en Colombia. En la medida en que la estrategia consiste en llevar el
asunto a tales niveles de polarización que obliguen a respuestas muy
duras de las Farc
( seguramente utilizando
métodos que serán calificados como terroristas) y con eso ayudar a ganar
un mejor espacio político en el frente internacional, el costo sobre
la población civil se incrementará. Así mismo la polarización ayudará
a ocultar la gran responsabilidad de los organismos de seguridad, frente
a las gravísimas violaciones a los derechos humanos y en las prácticas
deslegitimadoras del Estado de Derecho.
Los pronunciamientos
hechos por el Ministerio de Justicia de Colombia y la Fiscalía General
de la República frente a las graves acusaciones expresadas por la Delegada
de Naciones Unidas para los derechos Humanos, son una muestra patética
de los niveles de responsabilidad de las autoridades estatales en la
crisis humanitaria y el desdén por preservar el Estado de Derecho en
Colombia.[12] En este
nuevo escenario es previsible el cierre de las compuertas y los manejos
por fuera del cumplimiento de la ley ante eventuales demandas de responsabilidad
estatal, que necesariamente surgirán en el contexto de la confrontación
total.
Paradójicamente,
la nueva estrategia antiterrorista así como lo fue el componente antidrogas
del Plan Colombia, no van a significar golpes al narcotráfico sino todo
lo contrario. Los énfasis compulsivos en la erradicación de cultivos
ilícitos y el señalamiento de las guerrillas como narcoterroristas,
son dos argumentos ideales para que los narcotraficantes, sobre todo
quienes ya han legalizado sus capitales en Colombia y en diferentes
lugares del mundo, sigan disfrutanto de sus recursos acumulados. Bajo
la sombrilla espectacular de las fumigaciones de cultivos ilícitos y
la lucha por la libertad contra los grupos terroristas, se ocultan una
vez más, unos de los grandes ganadores en el modelo privatizado contrainsurgente
colombiano.[13]
Una de las consecuencias
más importantes frente a la comunidad internacional, son las señales
en el sentido de que la crisis del proceso de paz en Colombia hoy, es
más el agotamiento de un modelo bilateral que sobrestimó la capacidad
de representación tanto del Estado como de la Guerrilla. Ninguno de
los dos representan los múltiples y complejos intereses en el interior
de la sociedad colombiana. Sólo la creación de nuevos espacios políticos
y formas de representación – distintas a los partidos tradicionales
– que expresen de manera renovada a los sectores de la sociedad que
quieren una solución política al conflicto, podría salvar la estabilidad
de los pocos espacios democráticos que ha logrado la sociedad en Colombia.
También desde allí será posible construir un futuro menos azaroso al
que ofrecen las fuerzas favorables a la guerra. La comunidad internacional
debe entender esto, para saber hacia donde dirigir los esfuerzos de
cooperación y ayuda en Colombia.