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Updated:2/22/01
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Oración
del Presidente Andrés Pastrana al inicio de los diálogos de paz con las
FARC, 7 de enero de 1999
"Sus hijos y los nuestros tienen derecho a la paz" "Colombianos, hoy venimos a cumplir una cita con la historia. Hemos demorado casi medio siglo en hacerla realidad. Sabemos que los ojos de todos, de cada trabajador, de cada empresario, de cada campesino, de cada madre de familia, de cada desplazado, de cada soldado, de cada insurgente están pendientes de nosotros. Hemos venido a encontrarnos con un ayer de contrastes, de luces y de sombras, de logros y de fracasos, de sucesos que nos llenan de orgullo y de otros que nos abruman, pero también a construir un destino común que tenga el rostro y la dimensión de nuestros sueños, de nuestros sacrificios y de nuestra generosidad. Confío en que la ilusión de paz de los colombianos será realidad y que esta oportunidad histórica iniciará por siempre y para siempre la travesía hacia la paz. Invoco al paciente Dios de los colombianos para que nos guíe con su sabiduría por la senda que hoy emprendemos. Vengo a San Vicente del Caguán como jefe de Estado a cumplir mi palabra. La ausencia de Manuel Marulanda Vélez no puede ser razón para no seguir adelante con la instalación de la mesa de diálogo para acordar una agenda de conversaciones que nos deben conducir a la paz. El Gobierno nacional, bajo mi liderazgo, llega al inicio de la mesa del diálogo con una agenda abierta, sin intención de vetar ni de imponer temas. Estamos dispuestos a discutir, estamos dispuestos a disentir, estamos dispuestos a proponer, a evaluar, pero por sobre todo a construir. Ésa es la esencia misma de una democracia. En ella las Fuerzas Armadas de Colombia cumplen lealmente la noble tarea que la Constitución Nacional les ha señalado, y debo destacar con justicia la voluntad manifiesta con la que han colaborado en este proceso en el que estamos empeñados. Desde el mismo momento en que el pueblo colombiano me entregó el mandato para gobernarlo, siempre han sido compañeros leales en el camino de la paz, así como siempre han defendido con valor nuestras instituciones. Sé que están comprometidos a trabajar en el logro de la paz, sé para dónde vamos, sé que la travesía será difícil, sé que hay un camino dispendioso por delante. En él encontraremos sobresaltos y oportunidades. Los colombianos somos conscientes de que un conflicto de muchas décadas no se va a terminar en unos pocos meses, pero yo estoy seguro de que al culminar la ruta que nos hemos trazado, lograremos la reconciliación nacional. Como presidente de todos los colombianos quiero una Nación próspera y optimista, sin violencia, comprometida contra la corrupción, progresando contra la pobreza y con sus mejores esfuerzos dedicados al bienestar de mis compatriotas. En esa tarea de cambio se encuentra empeñado mi gobierno, he liderado este proceso con seguridad y dirección. Luchamos de manera infatigable contra la pobreza y contra la corrupción, buscamos crear las condiciones para dar empleo seguro y confiable, diseñamos un plan de desarrollo para construir la paz y fortaleceremos la imagen de Colombia en el exterior. Mi querido amigo, el presidente de Suráfrica y Premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela, en sus memorias dice que al comienzo la gente puede no creer que el proceso se ha iniciado en serio, pero sin la paz todo está perdido. Sólo es creíble una paz que supera las razones que genera la violencia. He reconocido el carácter político de su organización. Mi presencia en esta plaza como jefe de Estado de una sola nación es un esfuerzo sin precedentes para encontrar fórmulas y mecanismos que nos permitan hallar el rumbo de la convivencia pacífica. Vengo investido de la legitimidad que me otorgó la democracia con la más alta participación de nuestra historia republicana. Nos reúne aquí el respeto por la unidad de la Nación y la consolidación de sus instituciones. En fin, son la soberanía popular y la democracia las que nos permiten realizar este encuentro e iniciar el viaje hacia el reencuentro de todos los colombianos. Como jefe de Estado estoy expresando la voz de un país que quiere la paz, que reclama paz, que busca justicia social y está dispuesto a darle curso a la política como ejercicio del bien común. Un país que reclama libertad con seguridad y pide que se le garantice libertad con dignidad. Un país que exige detener la muerte y abrirse hacia las reformas que sean necesarias para merecer el futuro. Pero de la misma manera con que vengo a reclamar el derecho a la paz, yo como jefe de Estado, estoy dispuesto a cumplir y hacer cumplir los deberes que nos impone la reconciliación. Hay quienes no se dan cuenta de que el fortalecimiento de la paz no sólo exige dejar de matar sino tener la decisión de privilegiar la vida. Retomemos las palas y los azadones, los libros y los cuadernos, los martillos y los ladrillos para construir el país que todos queremos. Hay quienes no han visto que la guerra de la paz se gana en el empleo, la vivienda, en la nutrición, en la salud, en la educación, en el respeto a la ecología, en la certeza del respeto a la supervivencia siempre abierta a la felicidad. Su Santidad Juan Pablo II lo ha dicho: "El derecho a la paz favorece la construcción de una sociedad en cuyo seno las relaciones de fuerza se sustituyen por las relaciones de colaboración orientadas al bien común. La situación actual prueba sobradamente el fracaso del recurso de la guerra como medio para resolver los problemas políticos y sociales". Sólo en paz crecerán la justicia social y las oportunidades para todos. El crecimiento de la convivencia pacífica hará posible la aplicación del Plan de Desarrollo, cambio para construir la paz en toda su capacidad. El Plan Colombia en todo su significado. Cada progreso de la paz será un avance de los recursos para cimentarla y apuntalarla. Cada acuerdo dará lugar a proyectos de desarrollo y creará las condiciones para que la solidaridad de los pueblos convierta en obras de bienestar las buenas intenciones de sus propósitos. Sólo la paz, entendida como el derecho a la libertad y al desarrollo, ofrecerá la oportunidad de entregar a los campesinos posibilidades ciertas para la sustitución agrícola y la eliminación de los cultivos vinculados al tráfico de drogas. Con narcotráfico no hay paz, no se deben sustituir las convicciones, por justificadas que sean, por el usufructo e intereses ilícitos. Tengo el optimismo del que reconoce que al lado del desangre sufrido por los colombianos, ha crecido una percepción y unas sensibilidades especiales por los derechos humanos. Yo sé que la paz florece cuando se observan íntegramente estos derechos. Yo sé que la paz sólo es posible si se tiene conciencia de la dignidad del ser humano. Yo sé que cada persona debe ser respetada por sí misma, yo sé que la paz empieza con el derecho a la vida y que se les da su dimensión tanto a los derechos civiles y políticos como a los económicos, sociales y culturales. Mi gobierno, así como la comunidad internacional aspiran a que el proceso que hoy iniciamos, nos permita humanizar el conflicto. En ese sentido, debemos propiciar el respeto pleno al Derecho Internacional Humanitario para comportarnos como una nación civilizada. Todo el que sueñe la patria tiene el derecho y la obligación de participar en este esfuerzo que nos debe vincular a todos. Hay gente que sólo está de forma intelectual con la paz, pero no quieren hacer sacrificios por ella. Es preciso entender que nuestra paz debe generar un modelo de nueva sociedad, en donde lo social sea la fuerza que anime la transformación del Estado. Cuando lo social sea el factor determinante en la organización de la comunidad, la justicia social se convertirá en la piedra angular de la soberanía. Queridos amigos, basta poner tanto esfuerzo e imaginación para la paz como se ha puesto ahora para la guerra. No podemos olvidar las víctimas de este conflicto. No quiero repetir la amarga experiencia que como yo han vivido y viven tantos colombianos. Nuestro sacrificio no puede pasar inadvertido. El dolor de las familias, el padecimiento de los secuestrados y la incertidumbre causada por los desaparecidos, pesa mucho en nuestros corazones. Por todos ellos y en especial por la memoria de las víctimas que ha dejado esta tragedia nacional, los invito a un momento de reflexión en homenaje respetuoso. No debemos olvidar que la diferencia entre la guerra y la paz, es que en la guerra los padres entierran a sus hijos y en la paz son los hijos los que entierran a sus padres. Es claro que los esfuerzos por la reconciliación deben conducir a que cese la muerte y el secuestro. Un acto magnánimo como el señalado hará crecer la confianza entre los colombianos y permitirá recuperar la percepción positiva sobre las verdaderas intenciones de las fuerzas en conflicto. Agradezco en nombre de Colombia a la población y a los alcaldes de los municipios de Mesetas, de La Macarena, de Uribe, Vistahermosa y de San Vicente del Caguán, que pertenecen a la zona de distensión, por la generosa hospitalidad con que han acogido a los innumerables visitantes que llegan por estos días a la región. El paso que damos hoy se ha ganado el respaldo de la comunidad internacional. Mi agradecimiento por su presencia en este acto, el cual entendemos como un apoyo a la diplomacia por la paz que ha orientado nuestra acción internacional. Apreciamos la presencia igualmente de quienes están como testigos de buena voluntad. Ojalá fueran ellos los mejores embajadores nuestros en sus países, para lograr frutos oportunos y dignos de la cooperación internacional. Colombia no puede seguir dividida en tres países irreconciliables, donde un país mata, el otro país muere, y un tercer país horrorizado agacha la cabeza y cierra los ojos. Esa división debe terminar, y sólo juntos podremos sobrevivir. El futuro de un pueblo bueno, noble y generoso, que anhela cambiar el miedo por la esperanza, que sueña a cada hora de cada día con la paz, depende de ustedes y de nosotros. No perdamos más tiempo, no más huérfanos llorando destrozados sobre los ataúdes de los padres, no más niños empuñando armas, no frustremos otra generación de colombianos. Los hijos de ustedes y de nosotros tienen derecho a vivir en un país en paz. Tenemos el deber de entregárselos, la historia nos juzgará y su veredicto será implacable. Nada ni nadie nos debe impedir el derecho que tenemos a construir un país en paz, en donde la bandera patria se iza orgullosa, la bandera, herencia de nuestros libertadores, que nos rodea y acompaña en el día de hoy, nos hace temblar de emoción en recuerdo de lo mucho que ello simboliza. Una patria unida con un destino común, segura de sí misma, una bandera que nos hace vibrar ante la gloria de Gabo y la maestría de Botero, de la jugada prodigiosa del Pibe Valderrama o de Chicho Serna, la letra original y moderna de Shakira o Los Aterciopelados, la ciencia de Manuel Patarroyo y de Rodolfo Llinás, la sublime emoción de esta mañana llanera y el profundo orgullo de ser colombianos. Colombianos, la hora de la paz ha llegado, y nada podrá detenernos. Muchas gracias". |
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