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El Diario eldiariony.com
02 de Octubre 2007
Washington D.C./Nueva York – En la pierna del campesino
Redin Hernández aún es visible la cicatriz redonda
y grisácea que le dejó un balazo hace dos años.
El motivo del disparo: defender los pinos de Olancho, un departamento
del noreste de Honduras, de las talas indiscriminadas e ilegales.
“Un grupo de encapuchados, con armas prohibidas, AK-47,
nos amarró después a un árbol durante
13 horas”, cuenta Hernández, de 29 años,
quien inspeccionaba cortes ilegales con otros dos ambientalistas.
“Nos dijeron que si seguíamos defendiendo los
bosques nos iban a matar”.
Estos ambientalistas son las víctimas de una ola sangrienta
contra los defensores del medio ambiente en Centroamérica
por parte de grandes empresas madereras que exportan principalmente
a EE.UU.y El Caribe.
Durante la última década, nueve campesinos
ecologistas han sido asesinados en Olancho, según la
Fiscalía de Derechos Humanos del país, y durante
los últimos dos años, otros seis han huido a
EE.UU. por las amenazas.
Hernández y sus dos compañeros escaparon a
finales de junio pasado a la ciudad de Malborough, Massachusetts,
tras pagar $1,500 a un coyote y atravesar México montados
en los denominados “trenes de la muerte”.
Los tres forman parte de un movimiento ecologista integrado
por campesinos, líderes comunitarios y religiosos que
desde el 2001 ha denunciado a las mafias de extracción
y exportación maderera.
Ninguno tiene papeles y todos viven, en parte, gracias a
la caridad de unos amigos guatemaltecos “preocupados
por el medio ambiente”, asegura Denis Vargas, un compañero
de Hernández.
“Después de que asesinaran a nuestros compañeros,
no podíamos salir por la noche”, explica Hernández.
“Al anochecer, carros con sicarios armados rondaban
nuestras casas”.
En el pueblo de Hernández, El Rosario, dos ambientalistas
fueron asesinados “estilo ejecución” en
diciembre pasado, supuestamente por cuatro policías
contratados por madereros de la región, según
la Fiscalía de Derechos Humanos de Honduras. Sus cuerpos
tenían más de 40 impactos de bala.
Un informe del 2005 de la Agencia de Investigacion Ambiental
(EIA), con sede en Washington D.C., implicó a las tres
principales madereras de Honduras —Jose Lamas S. de
R.L.; Sansone y Yodeco— que acaparan casi tres cuartos
de la producción de madera de pino, en la extracción
ilegal de madera de pino para productos como palos de escoba,
estacas de tomates, puertas, ventanas, molduras y perfiles.
Según el informe de EIA, estas tres madereras o sus
suministradores han extraído más madera de la
permitida mediante el uso de facturas alteradas, sobornos
a las autoridades o el tráfico de influencias, algo
que ellas niegan.
“No estamos involucrados en las muertes de ambientalistas”,
aseguró por teléfono Pío Voto, presidente
de la Asociación de Madereros de Honduras (AMADHO)
y gerente de Sansone, y el único representante de las
tres grandes madereras que pudo ser contactado para este artículo.
“Es un intento más suyo por enlodarnos internacionalmente;
la madera de nuestros miembros viene de bosques con planes
de manejo”.
Miles se unen al Movimiento
La corrupción en la industria maderera ha contribuido
a que Honduras pierda más de un 35% de sus bosques
(2.5 millones de hectáreas) desde 1990, según
el Movimiento Ambientalista de Olancho (MAO), al que pertenecen
los exiliados.
“Las fuentes de agua comenzaron a secarse, ni para
los animalitos silvestres estaba quedando agua, uno sólo
miraba que se secaban las plantas”, explica Vargas.
El Movimiento se consolidó en 2003, cuando 40 mil
campesinos de Olancho, donde más de dos tercios de
la población vive con menos de $1 diario, marcharon
a pie durante varios días hasta la capital, Tegucigalpa,
para protestar contra la tala ilegal.
“Llegó un momento en que no tocaban el bosque,
pero cuando vieron que no podían convencernos, comenzaron
a matar ambientalistas”, dice Lincol Lobo, de 30 años,
el tercer exiliado en Marlborough.
Los ambientalistas dicen que el gobierno hondureño
no ha hecho nada para protegerles, a pesar de una petición
expresa de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), el organismo que vela por los derechos humanos en
la región, en diciembre pasado. Sólo el líder
más conocido internacionalmente, el padre católico
Andrés Tamayo, cuenta con una escolta militar permanente.
“Somos un país pobre”, explica Roberto
Ramos Bustos, un representante de la Cancillería hondureña,
“y también tenemos que combatir la delincuencia
común y el crimen organizado”.
El primer ambientalista en exiliarse a EE.UU., en el 2003,
fue Gilberto Flores, el único que ha logrado el asilo
político y traerse a su esposa y a sus siete hijos
menores. Sin embargo, Flores tuvo que dejar en Honduras a
su hija mayor por tener 22 años, uno más de
la edad permitida para la reunificación. “Ahora
vivo constantemente preocupado por ella, porque vive sola,
abandonada”, dice.
“Es muy difícil hallar apoyo para un ambientalista”,
explica Andrea Johnson, investigadora de la EIA, que ayudó
a un exiliado, Efraín Paguada, a obtener una visa para
venir a Washington D.C. el pasado 13 de julio después
de que unos desconocidos vandalizaran sus cosechas y tirotearan
su casa.
Ebar Alfaro, empleado de Neighbors Consejo, una asociación
de Washington D.C., asegura que, cuando pidió ayuda
para Paguada a la embajada hondureña, se la negaron
alegando que los ambientalistas “son de izquierda, radicales
y no son buenos para la sociedad”. David Hernández,
ministro de la embajada, negó este incidente. “Nuestras
puertas están abiertas, pero no disponemos de recursos
para ayudarles, y tenemos otras prioridades”, afirmó.
Paguada ha hallado solidaridad en una iglesia de Washington
DC. a la que acuden muchos centroamericanos con los que ha
compartido su experiencia.
“Muchos vivieron mi situación por las guerras
civiles”, asegura Paguada. “Un hermano salvadoreño
me regaló dos mudas y unos zapatos cuando supo que
no tenía ropa y se me habían roto los únicos
zapatos que me traje”.
Paguada consiguió recientemente un abogado para tramitar
su asilo pro-bono, pero los indocumentados temen unirse a
su caso. “Si pierdo el caso de asilo, comienza mi proceso
de deportación”, asegura Noé Lanza, refugiado
en el Valle de San Fernando, en California. “Volvería
sin nada y no puedo vivir allá”.
Lanza, quien friega platos en una cadena de comida rápida
por unos $900 brutos al mes, se exilió en febrero cuando
se enteró por un familiar de que existía un
plan para asesinarle. Lanza dice que pagó a un coyote,
“porque sentía que mis días estaban cerca,
cada día que vivía era una bendición
de Dios”.
En EE.UU. algunos congresistas, preocupados por la situación
en Honduras y otros países, han convocado unas audiencias
el próximo 16 de octubre para debatir un proyecto de
ley que establecería controles más estrictos
sobre la importación de madera.
Judah Ariel, asistente legistativo del congresista Earl Blumenauer
(D-OR), su principal auspiciador, dijo que ninguna de grandes
empresas que venden madera se ha manifestado públicamente
en favor de la ley, que se espera que encarezca el precio
de la madera para algunos importadores.
La reacción de estas compañías ante
la tala ilegal ha sido ambigua. Home Depot, por ejemplo, se
ha negado a rescindir el contrato con Aljoma Lumber, una empresa
de Florida que importa de Jose Lamas R. de S.L., alegando
que ésta le ha garantizado que le vende madera certificada,
no de Honduras. Ello a pesar de que el vicepresidente de Innovación
Ambiental de Home Depot, Ron Jarvis, manifestó meses
atrás su preocupación a Aljoma Lumber por las
prácticas no sostenibles de Jose Lamas R. de S.L. en
Honduras.
La respuesta, recuerda Jarvis, “fue básicamente:
si esta madera no te llega a ti, ¿qué más
te da?”
eva.sanchis@eldiariony.com
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