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El Diario eldiariony.com
23 de Septiembre 2007
Washington D.C. — Cuando una periodista le pregunta
por su familia en Honduras, Efraín Paguada se disculpa
y se aleja unos metros para romper a llorar. “Nunca
pensé que saldría de Honduras”, dice este
campesino que ha defendido los bosques de su país y
huyó por culpa de las amenazas de las madereras.
Paguada es uno de los seis activistas hondureños que
se han refugiado desde enero en EE.UU., escapando de los abusos
que sufren los campesinos que se oponen a la tala ilegal por
las madereras que exportan a EE.UU. y El Caribe, según
grupos pro-derechos humanos de Honduras.
Paguada, de 45 años, huyó a Washington D.C.
el pasado 13 de julio después de que él y su
familia recibieran constantes amenazas de muerte, y a pesar
de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), el organismo que vela por los derechos humanos en
la región, había pedido al gobierno hondureño
que le protegiese.
“Efraín Paguada tuvo que salir de su país
porque la situación de inseguridad era insoportable”,
asegura Bertha Olivas, una activista hondureña que
ha denunciado su caso ante la CIDH. “Los ambientalistas
están en total desprotección y abandono”.
La Fiscalía Especial de Derechos Humanos de Honduras
dice que 9 ambientalistas han sido asesinados durante la última
década en el país.
Paguada es miembro fundador de un movimiento campesino, el
Movimiento Ambientalista de Olancho (MAO), que ha denunciado
durante los últimos seis años a las mafias de
extracción y exportación de madera en el departamento
de Olancho. Este departamento, ubicado en el noreste del país,
cuenta con una superficie similar a la de El Salvador y ha
perdido desde 1990 la mitad de sus bosques (más de
800,000 hectáreas), según los ambientalistas.
En años recientes, investigaciones de instituciones
hondureñas y organizaciones ambientales estadounidenses
han implicado a las grandes madereras de Honduras en el tráfico
ilegal de madera de pino mediante su participación
en subastas amañadas, sobornos a las autoridades, tráfico
de influencias, facturas alteradas y compra de madera ilegal.
Las madereras exportan mayormente palos de escoba, estacas
de tomate y puertas y ventanas a EE.UU., y perfiles y molduras
a El Caribe.
“Por culpa de la tala ilegal no llovía igual
y las fuentes de agua comenzaron a secarse, y los campesinos
se organizaron contra la tala”, dice Paguada, quien
viene de un departamento donde más de dos tercios de
la población vive con menos de $1 diario.
Tras el asesinato de dos compañeros el pasado diciembre,
Paguada dice que la situación “se puso más
difícil, había sicarios vigilándome y
tuve que refugiarme en la montaña”.
Posteriormente, unos desconocidos tirotearon su casa con
su familia adentro, aunque no hubo heridos, y destrozaron
sus cosechas para este año. Entonces, decidió
exiliarse, aunque nunca antes viajó a otro país
que no fuera El Salvador y siempre dijo que quería
morir en su pueblo, “porque aquí me crié
y aquí tengo que morir”.
Para poder venir a EE.UU., Paguada hipotecó por 30,000
lempiras (unos $1,500) los terrenos en los que ha vivido durante
19 años con su familia en Silca, un municipio de unos
7,000 habitantes. Meses atrás, Paguada contó
que había rechazado una oferta de 100,000 lempiras
(unos $5,000) de una maderera de la región si dejaba
la lucha porque “la conciencia no tiene precio”.
Su angustia ahora es no poder devolver el préstamo
el 7 de octubre, y perder los terrenos, porque en la casa
aún vive su esposa y sus tres hijos, una de las cuales
está muy enferma.
En EE.UU., espera conseguir ayuda para obtener el asilo político
si logra un abogado que le represente pro-bono.
Aunque una organización de Washington, la Agencia
de Investigación Ambiental (EIA), que ha colaborado
con los ambientalistas en el pasado, le ayudó a conseguir
una visa temporal y le pagó el billete de avión
a EE.UU., ésta sólo le permite hacer actividades
voluntarias para la misma y no puede trabajar.
De lunes a viernes, Paguada reparte una cena para los desamparados
en una iglesia del barrio de Adams Morgan, a cambio de otra
cena para él. Hasta hace un mes, la parroquia tenía
un cura hondureño que hizo los arreglos para que les
contase su experiencia a los feligreses, muchos de ellos centroamericanos.
Según cuenta, algunos feligreses le abrazaron porque
huyeron de las guerras civiles en Centroamérica y se
identifican con él. “Un hermano salvadoreño
me regaló dos mudas y unos zapatos” cuando supo
que no tenía ropa y se le habían roto los únicos
zapatos que se había traído.
El caso de Paguada se ha topado con la indiferencia y la
sospecha del gobierno hondureño. Tras una reciente
audiencia de la CIDH sobre la situación de los ambientalistas,
Fernando Griffin, un asesor de la Secretaría de Seguridad
de Honduras, cuestionó su exilio: “El sueño
de los campesinos es trabajar en EE.UU. Estoy seguro de que
este señor se ha venido mojado, de forma ilegal”.
La embajada hondureña en Washington D.C. no ha querido
asistir a Paguada, según Ebar Alfaro, un empleado de
la organización Neighbors Consejo, quien solicitó
ayuda para el ambientalista, por las críticas vertidas
por los grupos pro-derechos humanos contra el gobierno hondureño
ante la CIDH.
“Me dijeron que los ambientalistas no son buenos para
la sociedad”, dijo Alfaro. Dos llamadas y un fax enviado
a la embajada para pedir su reacción no fueron retornados
antes del cierre.
Paguada dice que saber que lucha por una causa justa compensa
sus penurias: “Es duro, uno está expuesto a aguantar
hambre y frío. Es una causa que crea sufrimiento, pero
sé que no es una causa de uno es de todos”.
eva.sanchis@eldiariony.com
Se ha abierto una cuenta para ayudar con donaciones a Efraín
Paguada: Bank of America, 226000452885 (checking) ruta:054001204.
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